Y también lo inaplazable,
como negación de futuro,
es un romance de ciego
con nudo y desenlace
previsibles;
la oración cotidiana
y sus fugaces anhídridos,
su taranta,
la urgencia de lo pendiente.
Si el milagro acontece
y el puñadito de voces apocadas
aprende a silbar entre dientes,
nos felicitamos
con abrazos y excusas
por no haber dejado para mañana
lo que por hoy nos ha pasado.
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Cesan las ovaciones
en el momento exacto
del portazo.
Enciendo la luz del pasillo,
me asomo fugazmente a las habitaciones,
abro los cajones del armario,
nada parece haber cambiado.
Apenas un descansito para afinar
y vuelvo a escena a comprobar
si todavía queda alguien
a quien cantar mi desconcierto.
Septiembre