Sucedió
en una tarde de luz y calor
en esta ciudad mediterránea,
a la hora en que las callejuelas del casco antiguo
ofrecen sus remedios para el cuerpo
y para el espíritu.
Y allí estaba,
en una estrecha y oscura tienda
de ropa india,
entre figuritas de cerámica
y pañuelos de colores.
En realidad
lo más perturbador
duró las décimas de segundo
que tardaron nuestras miradas
en encontrarse y decirse adiós.
Y supongo que después continuó su viaje
y que un día recordará esta ciudad
y que a las luz de las velas
alguien le hará el amor
y cubrirá de vaho
los diminutos pendientes
que le vi robar.
Y yo, que suelo
revivir
el cada viaje que emprendo,
creo verla en todas partes
y a veces hasta hablo de ella
a los desconocidos.