Como tantos, todavía no asimilo la muerte de Paco de Lucía.
Como no podría dejar de oler a caballo y a fiesta grande en
las fantasiosas falsetas de sus bulerías, en la angustia de sus picados.
Recuerdo a mi madre, emocionada, narrarnos su encuentro
casual en el hotel Alfonso XII de Sevilla, su cordialidad y consejos al hijo
que lo admira (“que estudie muchas horas, que nunca deje de estudiar mucho”).
La belleza y la fuerza del Maestro hace tiempo que
trascendieron la vanguardia flamenca: Paco entusiasmaba al profano y volvía
loco al entendido. Embrujó al planeta entero con la rítmica, la alegría y el
misterio de su arte.
Su excelencia, fruto del talento y del corazón, lo era
también del esfuerzo diario con el instrumento. Un sacrificio que en palabras
de Truman Capote se resume en: “Cuando Dios le entrega a uno un don, también le
da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse.”
“Dios ha muerto”: qué raro todo… ¡Qué extraña esta soledad
donde hasta los demonios le lloran!
Buen viaje, Maestro.
Letra y música: Txus Amat
Retrato: Oswaldo Guayasamín.
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