Bodas de plata para un diario que existió realmente y fue
escrito a vuelapluma sobre cualquier cosa, servilletas de papel, cuartillas arrancadas
o trocitos de periódicos. Fue una experiencia
colectiva recorriendo los caminos del corazón de Navarra.
Desde nuestra ribera del Ebro hasta los montes de Urbasa y
Aralar. Acampadas en los dorados y ocres
hayedos, en los verdes sotos del río. Incursiones nocturnas en el bosque a la
luz de la luna, experiencias oníricas jamás vividas.
Cada una de esas vivencias fueron transcritas, unas veces poéticamente,
otras con pensamientos más o menos sugerentes, pero siempre bien regadas con relatos
de aventuras acontecidas y otros elocuentes y maravillosos disparates.
También fue belleza y compromiso. Necesidad de expresar el
asombro de abrir los ojos al misterio de la naturaleza por primera vez.
A mí me dio por hacer esta coplilla. Los que han vivido sus
particulares diarios de otoño, como cófrades de un sacramento iniciático,
poseen la común habilidad de reconocerse mutuamente casi al primer golpe de vista.
La nana de Urbasa durmió enterrada varios inviernos antes de
regresar de su niebla mojada. Y así pasó el tiempo y la diminuta canción creció
y ahora es una mujer de veinticinco años que no me hace abuelo.
Será por eso por lo que yo me siga viendo tan podridamente
joven como siempre.
Diario de Otoño