Yo quiero ser un niño cántabro
para poder lloverte en los ojos;
humedecerte
con todas las formas posibles
de pronunciar lo inefable.
Particularmente, en los prados,
acariciar un mechón
de robles y amapolas,
estrecharte con avena
y yerbaluisa.
Quiero que el guarda
me corra a gorrazos
en tu bosque de ahumado corazón.
Para curarnos
de nuestras bautismales quemaduras,
dame una cita:
una oportunidad
para engendrar un
héroe.
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Si me perdieras el miedo
en nuestra noche de locos y puñales,
me ganaría la vida
como empaquetador de promociones
o como electricista industrial.
Sería terrible.
Te adelanto
que si dejaras de temerme,
en la próxima luna nueva
las luciérnagas no sabrían
cómo entretenerse,
cómo pasar el rato.
Qué fastidio.
Tan acostumbradas ellas y mis ojos
a encenderse
bajo las sombras de tu recelo.