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viernes, 25 de abril de 2008

El primer día del mundo

















Ocurrió hace ya más de veinte años, en una vieja peluquería de la calle de la Rúa de Tudela. Estaba esperando mi turno y casualmente leí en un periódico una convocatoria del Gobierno de Navarra con las bases para un certamen de cantautores jóvenes.

Al calor de esos certámenes hemos tenido la oportunidad de cantar para un público que deseaba oír esas propuestas y en dignas condiciones.

Se erigieron muchas veces como únicos foros desde los cuales los jóvenes podíamos exhibir nuestras inquietudes. Tratar de promocionar el talento de los artistas no mayoritarios ha de reconocerse como una causa admirable y de obligado reconocimiento.

Mi único temor surge al hilo perverso de su vodevilesca presentación a modo de “Festival de la Canción”: competir/compartir. Esto, paradójicamente, podría chocar contra el espíritu que a menudo dichos Encuentros tratan de fomentar: contactos entre los participantes, creación de vínculos, mestizaje.
Hay que estar atentos y no hacer de estas galas una profesión.

Atentos a su desarrollo en el tiempo, a su natural evolución, a los caminos que hagan adultas sus expresiones. De las búsquedas que se abran, de los aportes logrados, de las batallas autocríticas que se debatan en las manos de todo compositor a lo largo de su producción creativa. Construir una trova nostra.

El azar y Carlos Cano me llevaron aquel
“Abril para Vivir” hasta Granada.

Gracias al esfuerzo de Sforzinda por convocar un año más este Encuentro Intergeneracional. Gracias a la generosidad de Juan Trova, Mario Ojeda, Jose Luis Pareja y tantos otros. Un abrazo para Alberto Alcalá, Hugo y Pablo Azevedo, Miriam Sandoval, Antonio Álvarez -Alber- y Alfonso Salas, por la dignidad y el talento con que defienden sus hermosas canciones.

Será cosa de hacer caso a cuanto nos dijo Vicente Feliú y no dejar de componer. Habrá que creerle igual que cuando escribió aquello de que el amor le espantaba, que se derrumbaba ante un "te quiero" dulce o que era feliz abriendo una trinchera.



El primer día del mundo

Letra y música: Txus Amat 


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jueves, 27 de marzo de 2008

Flor de lavanda



















No hay nada más aburrido que lo previsible, el reverso de lo creativo.

Hay dos posibilidades a la hora de escribir una canción. Saber qué se quiere contar o no saberlo. No es un tema menor éste y pienso que ambas opciones recorren diferentes caminos. Si uno sabe dónde quiere llegar estará satisfecho en tanto en cuanto consiga alcanzar su objetivo inicial. Si no se sabe, las expectativas se multiplican.

Prefiero escribir canciones que me llamen la atención. Que me sorprendan. Que contengan algo propio, que me sea ajeno. Aún a riesgo de no reconocerme del todo en ellas. Por ello es muy habitual que parta de materiales que procure no controlar del todo (cosa que no es muy difícil…) y así darles las vueltas justas hasta pedirles que improvisen, sin ceñirse a guiones previos. Esos elementos surreales que surgen de improvisto, bien empleados, suelen ser cargas de profundidad para una canción. Después espero ver si poseen el impulso suficiente como para alzar el vuelo. Unas veces sobrevienen aterrizajes forzosos y otras tantas no consiguen despegar. 

No es una forma muy recomendable de componer, pero los golpes de intuición siempre poseen la virtud de lo insólito, del arrebato necesario para no convertirse en monólogos aleccionadores. No creo que salgan muy bien las canciones de amor si uno está felizmente enamorado y además es correspondido. Si el autor está pasando por esos duros momentos de borrachera hormonal, no va a tener ni la capacidad crítica mínima ni, seguramente, necesidad. Aviso para enamorados: la alegría es muy poco exigente: chunta, chunta y a correr. 



Otra cosa es el desamor. Ahí cumple la canción una tarea terapéutica aún no suficientemente reconocida por la Organización Mundial de la Salud. Esa canciones duelen, pican. Desinfectan y ayudan a cicatrizar heridas. Nos hacen crecer. 

Aviso para naufragos: no todas las lágrimas son amargas.



Flor de lavanda

Letra y música: Txus Amat 


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miércoles, 26 de marzo de 2008

La vida por azar

















Galicia fue un escenario determinante en mi relación con la música.La guitarra se convirtió en salvoconducto y me libró de horas muy amargas. Gracias a ella unos compañeros me solían invitar a pasar unos días a sus casas (días de temporal atlántico, playas del fin del mundo).

Conocí hermosísimos pueblos, paisajes de indescriptible belleza. Me invitaron a ir a faenar en Cedeira; pero, sobre todo, sueño con aquellas larguísimas cenas en bodegas con arcadas en piedra y bancos corridos, donde la marmita y el albariño nos íban sacando los colores.

En la sobremesa, acordeones, guitarras y la voz de recios marineros que te miran muy adentro. Gente entrañable entonado viejas canciones de mar, algunas hermosas y otras francamente tenebrosas.

Fuí muy feliz cuando todo presagiaba mi desdicha: me quedaba más mili que al palo de la bandera.


Allí estábamos unos cuantos muchachos, en pleno valle de Mougá. Sólos, entre bosques, prados y ganado, apestando a humedad, en unos polvorines de municionamiento escondidos en plena naturaleza, horadados en cuevas tras unos acantilados.

En las noches solitarias la cantina hierve. Son muchas horas de guardia. Pronto ya no eran tropa y suboficiales los que me pedían estopa, algún oficial me ofreció poemas para musicalizar.


Y allí, en la noche de San Juan, al calor de la hoguera y de la queimada, me pidieron cantar “El valle de Mougá” que había escrito.Os lo podeis imaginar. Hablaba del frío que pasábamos y de la única bandera que reconocíamos como propia: la camaradería.

Sin ser insolente, recuerdo cantarla muy embravecido. Todos cantamos algunas partes y nos emocionamos mucho. Me contaron que el capitan aplaudió (yo no tuve el valor suficiente para mirarle el resto de la noche).

Siempre me acuerdo de José Luis, un compañero de Asturias, el centralista del Parque de Artillería, quién me envolvió en música cubana que yo había escuchado muy vagamente. Una canción llamada “¿Adonde van?" me llamó poderosamente la atención. 

Resultó ser de un tal Silvio Rodríguez.



La vida por azar
Letra y música: Txus Amat 

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martes, 25 de marzo de 2008

Narciso y otros desequilibrios


















Cuando uno no posee una gran voz ni es un virtuoso instrumentista, corre el riesgo de convertirse en corredor de fondo por los sinuosos caminos de la creación musical, más concretamente como autor de canciones.

Paradójicamente, el equilibrio que necesita una buena canción puede verse enriquecido por ambas imperfecciones. Caso contrario la experiencia nos advierte de la facilidad de creerse tocado por el dedo divino... Banalidad envuelta en celofán.

Siempre me emocionó el sonido de una guitarra. Escuchar a nuestro profesor don Ismael tocar cualquier estudio me hacía entrar en un estado catatónico. De rigidez absoluta. Podía sentir cada tensión del acorde como una atracción magnética… vaya, que me quedaba embobado.

Yo no elegí hacer canciones, era algo que ocurría jugando. De niño cantaba detrás de las puertas y recuerdo que me amenazaban con ponerme un clavo en la guitarra si no dejaba de apoyar mi muñeca en la tapa.

Es natural que si uno tiene a su alcance una azada y un terrenito, pueda acabar algún día plantando unas lechugas o unas patatas. A otros, con parecidos ingredientes, nos ha dado por cavar más hondo, quizá nuestra propia tumba.

lunes, 24 de marzo de 2008

Cantando y contando


















Después de leer Obabakoak de Bernardo Atxaga, fue muy grato ver la adaptación al cine que hizo Montxo Armendáriz..

La protagonista (recurso de Armendáriz para dar continuidad a los cuentos que conforman Obaba) se graba con su cámara de vídeo y con frecuencia repite la expresión “quiero decir que…”. Así una y otra vez.

Me sentí muy identificado con ella. Yo también tengo esa muletilla. Será por ver si me explico para qué he llegado hasta aquí, el sentido de todo esto.

Una mirada y un paisaje. Debe ser eso sin más. El medio de expresión es lo de menos.

Lourdes quiere atrapar la realidad de Obaba, de su mundo, de sus gentes. Quiere captar el presente, mostrarlo tal como es. Pero Obaba no es el lugar que Lourdes ha imaginado, va conociendo retazos de sus vidas: de antes, de cuando fueron niños o adultos, y de ahora, de cuando apenas les quedan ilusiones. Retazos de unas vidas que provocan pasiones, envidias y violencia.

Pero siempre hay algo que falta, que se escapa, que no se alcanza a comprender. Como el misterioso comportamiento de los lagartos que habitan Obaba.

Quiero decir que creo que a mí también se me ha metido uno por el oído y se ha abierto paso hasta mi cerebro.

Quiero decir que…


Jota Bayón

Letra y música: Txus Amat 


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domingo, 23 de marzo de 2008

Tertulia: llega la música





















Me cuentas las novedades aquí,
en el patio de atrás,
mientras apuramos el humo del cigarrito
tranquilamente;
poniéndonos al día
de los rumores que van llegando
al hedor del cadaver
de un verano asesinado
a penumbras.

Me enseñas tus puñales,
tu nueva brújula
y me tratas de convencer
de la importancia de ganarles
la partida por la mano.

Y yo
te escucho sobrecogido
mientras callo,
con la extraña sensación
de haber vivido ya
todo esto antes.



La guitarra siempre estuvo ahí. Mi abuelo conoció a Tárrega y cuentan que se largó a la Argentina a principios de siglo con una guitarra y que regresó con barba y una larga melena. Ya en España dicen que pasó tanta hambre que se vió en la necesidad de vender su instrumento: estalló la guerra. Cruentos años.

Mi madre insistió mucho (la guitarra despertaba en ella la presencia de su padre) y en Cuenca todos mis hermanos y yo empezamos a ir a una Academia de música. Yo tendría seis años.

Recuerdo los zapatos de don Octavio, relucientes y amenazadoramente negros, con una punta afiladísima, capaces de ensartar de un solo puntapié a toda la familia Alonso Amat y sus desafinaciones.

Otros hechos hicieron que con siete años marchase a vivir sólo con mis tios de Navarra. Al llegar sucedió algo inesperado: un pariente de mi tío era guitarrista en un grupo de jotas y me regaló ¡dos guitarras!. Eran muy antiguas, con clavijero de madera. Una tenía la tapa rota y a la otra le faltaban dos cuerdas.

Ya adivinaréis cuales fueron mis primeros juguetes en la Ribera de Navarra.


Zangón

Letra y música: Txus Amat 


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sábado, 22 de marzo de 2008

Cinema Paradiso


















Poco después de aquello, alguien del Instituto me convenció para ayudar a montar unos ciclos de películas. “Cine-fórum” se llamaban aquellas propuestas, con debates al final de las proyecciones.

Pero había un problema: nadie sabía cómo funcionaba el viejo proyector profesional de 35 mm del salón de actos. Llevaba años parado.


Para allá que me fuí (nunca había estado en una cabina de proyección). Aquello era tremendo, parecía una máquina del tiempo… la caldera de una antigua locomotora. De hecho tenía su chimenea para expulsar el humo de la combustión que generan unas varillas de carbono. Alcanzan una furiosa incandescencia por obra de la corriente eléctrica. Con un par de manivelas trataba de mantenerlas a la distancia apropiada.


Sonaba y traqueteaba dando bufidos y chisporroteos.


Aprendí rápido a manipular la montadora, a rascar el celuloide y pegar con acetona las bobinas de película de tres en tres, a enhebrar la película con los bucles apropiados en el laberinto de rodillos, los objetivos y correderas del cinemascope, el volumen de audio, limpiarlo todo, anotar cada descubrimiento hasta dejar por escrito un “manual de uso” para el futuro, si algún futuro podía esperar a aquella anciana humeante.


De esta manera me había convertido de repente en jefe, operador y ayudante de cabina, todo a la vez. Ví películas que me impactaron (no sólo formalmente) y que despertaron mi curiosidad ante un cine muy poco convencional. Recuerdo películas de Werner Herzog como “Aguirre o la cólera de Dios”, “Nosferatu”, “El enigma de Gaspar Hauser” o “Fitzcarraldo”.


¡¡Era un trabajo maravilloso!! Yo era el que “echaba” las pelis, el primero en entrar al salón de actos y el que apagaba las luces cuando se iluminaba la enorme pantalla blanca… Casi podía sentirme responsable de que aquello fuese posible, como si estuviera ayudando a conjurar la magia de cuanto allí ocurría. Me sentía otra vez dando latigazos en el aire en un baile de esqueletos. Todo podía suceder.

Otra vez subido al carro.

Sesión continua

Letra y música: Txus Amat 


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viernes, 21 de marzo de 2008

El carro del comediante

















Tuve la suerte en mi adolescencia de formar parte de una obra de teatro que se tituló “El carro de heno”, una alegoría sobre los bienes terrenales inspirada en un cuadro de El Bosco.


(Un poco antes, a finales de los setenta, había coqueteado con el super 8 en producciones que nos obligaban ya a tener los ojos bien abiertos. No teníamos nada. Pero eso o no lo sabíamos o no representaba mayor problema: le pedíamos la cámara prestada a Sixto, las luces a Txema, un piso vacío de mi primo se convertía en plató, pedíamos una subvención al Eroski para comprar película o una sala donde reunirnos en Anayak).

El caso es que hicimos algunas funciones fuera de Tudela. Actuamos en muchos pueblos de Navarra. También de Zaragoza, Segovia… Con apenas quince años no dejaba de asombrarme de todo cuanto estábamos viviendo.

Gracias al empeño en que así fuese por parte de nuestro coordinador ( a decir verdad casi como única condición ), tenía la fortuna de formar parte de un grupo donde colectivamente íbamos montando cada parte: la escenografía, la caracterización de los personajes, discutiendo el ritmo, las clases de dicción…

Nos maquillábamos y vestíamos juntos, entre bambalinas, en el mejor de los casos en camerinos compartidos. Durmiendo en el autobús, montando jarana con gaitas y tamboriles. Recuerdo con emoción que toda la segunda parte de la obra era una coreografía sobre
“Carmina Burana” una famosa cantata escénica de Carl Orff que yo, en aquellos años, naturalmente desconocía. Dios mío. ¿Qué era todo aquello?.

Así, aún me recuerdo dando latigazos al aire, con veinte cadáveres danzando en escena. La luna de los campos nocturnos colándose entre las ventanillas. Tirados en una esquina de cualquier ciudad cantando canciones de viejas que mean de pie.

Esas cosas íban imprimiendo cierto carácter. 




Mi juglar negro

Letra y música: Txus Amat 


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